Después de ti

"En Después de ti, Jorge de Arco viste el desabrigo de un surco irrevocable del que nos hace partícipes. Una vez más, su verso nos sitúa en la frontera entre dos territorios, tal como la realidad se le muestra, y nos vuelve a hacer umbral de lo que no puede ser otra cosa sino poesía. Poesía que cura tanto a quien la escribe como a quien la lee. Porque -de ser posible- sólo será en compañía como habrá de curarse, como habrá de ser curado el mundo".
Federico Gallego Ripoll
ROZAR la muerte
de alguien que vive,
palpar la luz de su después,
saber que tras sus ojos no queda otro latido
sino un cuerpo que ya
no sana ni pregunta si es su hora.
Reconocerse en ella, en el abismo,
de un hijo que también duda y ensaya
el círculo infinito de su asombro.
Mirar hacia otro lado,
y no decir del daño que te ahoga,
que se hace humo
cada día en la mesa,
porque su boca
mastica solamente
el adiós de una carne que es tu carne
y avanza lentamente hacia otro cielo.
...
ENTRARON
a verte
muy poco
después.
-Desde tu beso último, habían
pasado muchos meses-.
Entonces, eras ácimo
de una derrota,
el pálido confín de una flor ya
entrecerrada.
Rozaron muy despacio
tu frente
y salieron quebrados, de puntillas,
y tan sólo alcanzaron
a preguntar
por ese frío áspero,
por ese gesto
sin alma. Tú, que habías sido
la llama agradecida en las auroras,
la abuela de las manos más calientes,
la limpia luz que los viera crecer.
Ahora, te llevan
en su alforja de adverbios y de soles,
de anillos y de azares. Ellos, nietos
de tu memoria, hijos para siempre
de tu orfandad.
...
AGUARDA todavía,
escucha cómo se alza
en vilo la luz de tu casa, cómo
anudamos aún
tu pañuelo y tu nube
a la añil avaricia de tenerte.
Absorta en la espesura
de tu garganta,
bebe, sin prisa,
las lentas mariposas de la noche,
aspira todo el sur de los amantes,
la rosa y los cristales del ayer.
No, madre, no te vayas.
Hablemos de la vida,
de su mortal rencor,
del péndulo que arranca los olvidos
de esa mudanza frágil que es la dicha.
Porque ahora que tu mano
es, otra vez, en la memoria,
ese rey mago
que puso nuestros años boca arriba,
sería bueno
que te quedases,
y así decirnos,
cómo vengar tu muerte,
cómo vivir en paz.
...
DE niño me perdí en la playa.
Y nunca le he perdido el miedo al mar.
Toda el agua es profunda
cuando la rozo.
Yo tenía tres años.
Mi madre me encontró y lloramos juntos.
-Fueron horas muy largas-.
De aquel estío,
conservo aún
un buen puñado
de caracolas blancas y morenas.
Esta noche de bruma
me he perdido volviendo a casa.
Y he sentido la sed, la resina del tiempo
y la memoria
sacudiendo mi soledad.
Mi madre ya no está. Ni tampoco su orilla.
La misma donde, como una niña, mojaba
sus manos y sus pies.
Ella nunca le tuvo miedo al mar.
Tan sólo,
a la marea alta de la muerte.
...
REGRESO a los jazmines, las adelfas,
a la marisma y a la luz febrera,
aquí, al mismo vértice
que cifra
las marcas del silencio.
Levanta la mañana sus gaviotas,
el labio monocorde de las aguas,
mientras la sal de la bahía extiende
en la memoria
su tanta sed de ti.
Porque a la hora en punto de la pena,
cuando la claridad alumbra mi plegaria,
y el olor de las algas sube al aire
vengo a decirte, madre,
qué triste está la orilla sin tus ojos,
qué oscura está la playa con tu hueco.
...
CODA
A la deriva,
pero contigo, madre, eternamente,
en esta misma barca
donde ahora esparzo el limo de mi origen,
la antigua transparencia de todo cuanto más quisieras:
la llama de tu estirpe,
el rezo de tu Dios,
la sal, el Sur, el mar en sus auroras…,
y el litoral desierto de estos ojos
que aún se miran por dentro de tu luz.
Así me iría, madre, para siempre,
en esta misma barca que se inunda de ti,
y tiembla porque es tarde y se hace noche
en mis heridas,
y no tiene otro rumbo
que el sol de tu memoria.
...