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Reseñas

Después de ti

"Después de ti es un libro centrado en el dolor por la muerte de su madre, dolor con que el poeta reivindica su quimérico afán de retorno al irrecuperable estatus previo..."
FEDERICO GALLEGO RIPOLL

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"Nos encontramos ante una obra de realidad despiadada, pero plagada también de ternura y de música, de pájaros que guardan la memoria..."
MARINA CASADO

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"Con su despliegue de imágenes poderosas y sutiles, los textos elegíacos de Después de ti brotan desde el asombro dolorido ante “la marea alta de la muerte..."
SANTOS DOMÍNGUEZ RAMOS

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"Estamos ante un profundo y hondo lamento; ante una meditación sobre la vida, pero muy especialmente, sobre las vivencias más íntimas y personales del amor filial..."
M. CARMEN GARCÍA TEJERA


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"El escritor y profesor universitario Jorge de Arco se apoya en la más selecta tradición elegíaca para ofrecer un canto en memoria de su madre que se lee como un discurso único cargado de amor..."
JESÚS CÁRDENAS

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Huellas

"Como un preludio del estío y su luz, Jorge de Arco (Madrid, 1969) nos obsequia con sus Huellas (Ed. Ars Poética), una cuidada y esmerada antología que recoge una compilación de su quehacer poético desde 1996, con Las imágenes invertidas, hasta 2017, con El sur de tu frontera."
CECILIA ÁLVAREZ

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"El poeta Jorge de Arco, Madrid, 1969, en selección propia de autor, ha escogido con atinadísimo criterio para estas Huellas, purísimos chispazos de la luz restallante que ha ido quedando atrás en los ocho poemarios que, desde Las imágenes invertidas (1996), su arranque poético, hasta El sur de tu frontera (2017), constituyen la totalidad de su obra poética publicada hasta el presente..."
MANUEL CORTIJO RODRÍGUEZ

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La lluvia está diciendo para siempre

"Jorge de Arco es un poeta de clara factura clásica, de versos resplandecientes y de evidentes hallazgos expresivos, lo que nos deja al lector la certidumbre de pasear por un territorio literario consumado, solvente, consolador. No es habitual en los tiempos que corren encontrar un valor seguro que nos reconcilie con la palabra literaria: “Detrás de los maizales,/ la lluvia está diciendo para siempre./ Ahora escucho de nuevo,/ la fe de su canción,/ los ecos que golpean/ al son de la memoria.”

PASCUAL GARACÍA

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"Como si el mismo Jorge de Arco la hubiera invocado, con esa lentitud suya tan perspicaz, con esa calma profunda de los que son inmortales, ayer estuvo la lluvia todo el día cayendo sobre las casas y las almas de Fontiveros, celebrando ella también el día de San Juan de la Cruz, el día de los poetas..."
ANDRÉS GARCÍA CERDÁN

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El árbol de tu nombre

"Jorge de Arco, filólogo que conoce los palos de la métrica como Antonio Carvajal, ha optado por esa libertad del decir claro, que entronca con Miguel Hernández y Pablo Neruda en la tradición de ser explícito en el canto amoroso gozoso (“Tu falda es un verano”)"
RAFAEL MORALES BARBA

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"Yo diría que Jorge de Arco ha tenido tiempo, en esta ocasión, de ordenar todas aquellas cosas que quedaron entrelazadas junto a la memoria, para ofrecerlas ahora en este libro hermoso y necesario..." 

ENRIQUE BARRERO RODRÍGUEZ

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Las horas sumergidas

"Jorge de Arco ha sido para mí un descubrimiento. Estuve en el jurado que le concedió el premio José Zorrilla. Su libro Las horas sumergidas se impuso sin dificultad sobre las muchas decenas de competidores. En Jorge de Arco hay un poeta auténtico, que tiembla de aliento lírico y se robustece en la originalidad de la adjetivación y la metáfora."
LUIS MARÍA ANSON, DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

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"Con su séptimo poemario, Las horas sumergidas, el escritor Jorge de Arco (1969), ha obtenido el I Premio Nacional de Poesía “José Zorrilla”. En su prefacio, Luis María Anson, afirma que De Arco “escribe versos bellísimos, certeramente adjetivados, recostados en metáforas originales” y que “en el entramado de todos ellos se enreda un temblor lírico que estremece los poemas de este libro de forma emocionante”
CULTURAMAS

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"Hablamos de un poeta andaluz, de la Andalucía más luminosa, aunque nacido en la meseta, en la urbe populosa. Un poeta, como digo de decidida vocación marinera, de verso espumoso, volátil por momentos, pero también de aliento sólido, de densidad e intensidad más “castellanas”, en fin, algo así como San Juan de la Cruz sentado en la arena mirando como se juntan dos mares en el confín de occidente. O algo como Alberti parado en los páramos de España añorando el reverbero de la cal blanca de las paredes del sur. Un poeta de esa estirpe, Jorge de Arco ( Madrid 1969), es el autor de Las Horas Sumergidas (Algaida, I premio nacional de poesía José Zorrilla). De Arco, uno de los poetas más personales y de presencia más sólida en el último panorama de la poesía hecha en España es un también un poeta laborioso, tenaz​."

PEDRO FLORES

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La casa que habitaste

RAQUEL LANSEROS
LA DESNUDA EBRIEDAD DEL CORAZÓN
“Cuadernos Hispanoamericanos” 

Primavera, 2010

      Con su último poemario La casa que habitaste, Jorge de Arco fue merecedor del premio internacional de Poesía “San Juan de la Cruz”. Jorge de Arco posee una larga y fecunda  trayectoria dentro del actual panorama literario español. 

    En esta ocasión, la casa conforma uno de los símbolos de la vida humana más utilizados en Literatura. Como un gran Leviatán formado por muchos seres, varios moradores de diferentes generaciones deshilan su devenir en su seno, esculpiendo así a su vez un ente con vida propia que interacciona en sentido biunívoco con los destinos de sus habitantes. De este modo, la casa es al mismo tiempo escenario y protagonista, espectador y actor, testigo único y receptáculo activo de todas las pasiones, contradicciones, grandezas y miserias de la existencia humana. 

     En La casa que habitaste, Jorge de Arco nos sumerge de lleno en una casa antigua y aún encendida, que sirve de vehículo para transmitirnos su desasosiego existencial, la constante amenaza de la soledad, la pasión amorosa y sus cenizas, los efectos del paso del tiempo, la fugacidad de la vida y su aparejada angustia por la inevitable finitud de todo lo que nos ha sido dado a conocer. El poemario se abre con unos bellísimos y evocadores versos sobre la memoria, un posible lugar de calma y bonanza al que sin embargo no siempre resulta tan sencillo acceder: “A veces la memoria es una casa/por habitar, un ámbito/oscuro, al que se accede/a través de un postigo que carece de llave,/pero que se resiste/a ser abierto”.

    Posee Jorge de Arco una honda capacidad de reflexión existencial, un sentido preciso de la trascendencia, resuelto en un lenguaje lírico de gran belleza y perfección formal. La meditación sobre la propia vida se erige en el hilo conductor del poemario, que analiza nuestra propia condición volviendo la vista hacia el pasado y entroncándolo con el presente y el porvenir: Haber vivido tanto no mitiga cuanto ignoramos:/saber de la agonía del cielo y su destino,/demorar los pecados al borde de la sed”


    El lenguaje poético del autor es culto, poderoso, delicadamente lírico y embellecido. La soledad y la memoria parpadean en sus versos mientras el pasado vuelve fugazmente a la orilla del poeta para recordarle la felicidad sentida algún día, que se ha escapado de entre los dedos imperceptiblemente. 

El poemario se cierra con una coda compuesta por dos poemas, en la cual se cierra imaginariamente la puerta de esta casa dentro de la cual habita el tiempo detenido, el recuerdo y la nostalgia. Esta casa rebosante emoción a la que Jorge de Arco nos invita para enseñarnos lo más profundo de su alma que es también –como sucede siempre que tiene lugar la buena poesía- lo más profundo de la nuestra. Entren sin vacilar a La casa que habitaste, saldrán más sabios, más humanos y profundamente impregnados de verdadera belleza: “Nunca estuve en la casa que habitaste,/porque yo era esa casa, y tú, quizás,/la que no estuvo nunca. /Escucha el silbo/del mirlo que anidara en su desván,/ahora sólo un cuchillo de nostalgia,/una nota que va dejando yerto/el corazón.”


ENRIQUE BARRERO RODRÍGUEZ
DE OTRA CASA ENCENDIDA
“Andalucía Información”

Otoño, 2010

     La poesía de Jorge de Arco ha ido creciendo en densidad y en depuración expresiva desde la primera de sus entregas hasta esta última que me ocupa,  La casa que habitaste, galardonada con el XX premio internacional “San Juan de la Cruz”.

  Aquí y ahora, halla plena confirmación una poética asida a las raíces de una interiorización que no desemboca en ningún momento en huero ni ensimismado retoricismo; ni tampoco pierde el seguro y firme anclaje en los mejores motivos de la tradición lírica clásica enriquecida de forma inteligente con el sesgo mesurado de la modernidad.

     La equilibrada elegancia expresiva y el poderoso ritmo interno del autor, habían servido en anteriores ocasiones para ofrecer una visión febril y lastimada, lúcida y lacerada del mundo, siempre desde los ángulos de la memoria y de la acción devastadora del tiempo: visión de realidades pretéritas en la que en ocasiones irrumpía, con un halo gozoso pero nunca de exacerbado vitalismo, la luminosa y redentora presencia del amor. 

Estas constantes que han ido conformando su universo lírico y la apreciable singularidad de sus acentos, tienen ahora continuidad en este volumen, en el que irrumpe, poderoso y profundo, el recurso a la memoria como elemento vertebrador. Si bien, con un pálpito y aliento humanos, que dan buena muestra del exigente grado de madurez alcanzada en su devenir literario. Es mérito del poeta, convertir la casa en un escenario ambiguo que se halla en la frontera entre lo real y lo ideal y tras cuya verja se ubica la inquietante conjunción de miedo y alborozo del recuerdo: toda una metáfora de la existencia y de la condición humana, de sus desgarros e íntimas erosiones. 

Si en La constancia del agua, era precisamente ésta el elemento sobre el que descansaba el desarrollo temático del poemario, la casa se convierte ahora en la referencia física y espacial desde la que se edifica, con seguro andamiaje, su personalísima y original reflexión, de manera que las habitaciones, las tapias, los postigos y la remembranza de los espacios acogen este regreso a las antiguas fronteras de lo perdido desde la desencantada lucidez del presente: “La luz va salpicando de promesas pretéritas/cada una de las habitaciones./ Con paso lastimado /recorres los pasillos y te aferras a sus paredes,/ al solar de tu alma,/ para no ceder, débil, /al pertinaz dolor de sus cimientos”. 

    Y es que existe en La casa que habitaste un singular trasvase entre lo humano y lo locativo, la emoción y los escenarios físicos que acaban por convertir el propio corazón del poeta en la morada ancha y acogedora que se rememora. Todo esto, convierte el conjunto en un lúcido muestrario de pérdidas y desencantos, en una herida senda de reencuentro interior con los ecos pasados en los que, pese a las perplejidades y contradicciones de la nostalgia, refulge una luz celeste entre tinieblas y un hálito de certidumbre que acaba por propiciar la amanecida de un astro nuevo y diferente: “Y hay que esperar sin llanto/ que de nuevo amanezca/ y un sol grande y distinto/ nos conforte y nos confirme/ que aún somos y latimos y respiramos, hombres/ con la copla en los labios/ y en los ojos la lumbre de volver a empezar”.

      Y es esta superposición de la arquitectura etérea e invisible de la esperanza, tan arraigadamente humana, la que confiere al poemario su más alta dimensión espiritual y sanjuanista, su luminoso asidero de trascendencia. 

     Libro, en fin, de pulcra y culta elegancia, intemporal en la sed de su añoranza, entretejido con sabiduría , brotado del hontanar de la emoción y por cuyos versos lapidarios se cuela el humo del tiempo desvanecido. Y se perfila el muro abatido de cal y niebla de la pérdida y del desmoronamiento, iluminado -pese a tanta soledad- por el destello de un sol tibio en las ventanas.

Poemario, en suma, que confirma a Jorge de Arco como una de las voces más interesantes y acreditadas del actual panorama poético nacional.


La constancia del agua


MANANTIAL DE VIDA Y ESPERANZA
Pilar Adón 
Revista “Cuadernos del Matemático” 
nº 39. Diciembre de 2007. Año XIX 

"El agua es alegoría de la existencia, de lo vivido, de lo amado, de lo que no cesa de cambiar y se mantiene a la vez inalterable. Ese espíritu multiforme, que es también calmado y apasionado como en los rápidos de una corriente fragorosa sobre el lecho de un río, es el que Jorge de Arco (1969) plasma en este bello volumen editado por La Garúa. Toma como imagen en su título, precisamente, la inmutabilidad de algo que es por naturaleza inasible, pero que, paradojas, nos conforma, que es parte de nosotros, que se nos escapa, y a lo que, como al polvo, siempre volvemos: “Abandonarse al agua, a su corriente,/ ceder a su mudanza cristalina”. 

Se mezcla con el agua la presencia de la luz, los destellos, los reflejos impacientes, revelándonos un agua límpida atravesada por la claridad que deja ver lo que hay al fondo, algo que intuimos y que forma parte de otro mundo que no es el nuestro, que está más allá de la frontera, aunque continuamente al alcance de nuestros dedos. Y en la imagen que deja el agua en nuestros ojos, una imagen que no sabemos si es real o un anhelo de nuestra imaginación, adivinamos la presencia del poeta que se descubre y que no acaba de reconocerse: “Sucede a veces que ya no me sueño.”

 Jorge de Arco nos devuelve en La constancia del agua a aquello que nos funda, a aquello que forma parte de nuestra esencia: en la primera parte del poemario se ocupa del elemento acuático, tal vez como metáfora de la creación y de lo genético, de lo híbrido que hay en nosotros, de lo que somos en esencia y en potencia; en la segunda, centra su quehacer poético en las formas caprichosas del amor, también violentamente multifacético, también calmadamente cambiante, sinuoso y ardiente como el cuerpo del ser amado, fuente de vitalidad, poesía móvil, realidad pasional. 



Es entonces cuando su presencia, la presencia de la vida y de lo que somos, se hace más evidente y se carga de todo su significado trascendental. Y lo hace valiéndose de un lenguaje carnal, casi animal, dotado de una hermosura y una dureza diáfanas, que se puede sentir, apretar, agarrar, respirar. “Mientras rozo callado la curva de tu espalda / me crecen mariposas / al filo del deseo.” Quizá esa expresividad, ese derroche de imágenes pulidas, de giros expresivos calculados, provengan de que el poeta es también -a la vez traductor-, un orfebre de palabras, eterno buscador del término justo que defina un estado de ánimo, experto en conjugar energías verbales para conformar lugares recogidos y nostálgicos de profunda belleza.

 Puesto que necesitamos energía para vivir, de modo que sin energía no somos nada, Jorge de Arco consigue que la poesía, su poesía, se transforme en la energía que le impulsa y que nos impulsa, en un volcán de deleite estético, en un manantial de agua vital. Y pasión lúbrica, encarnada en versos encendidos: “Tus labios no se apagan porque entonan / melodías de vino / que sostienen mi celo impenitente.”

Estamos, en fin, ante un libro “de salvadora creatividad”, como indica en su brillante prólogo el poeta Enrique Badosa. Un libro que indaga en los misterios de nuestras pulsiones: la sed, la lujuria, la certeza de que somos seres inmortales hechos de materia efímera, condenados a amar sin llegar a saciar nunca nuestro afán de convertirnos en el ser amado.



CARLOS AGANZO

JORGE DE ARCO O LA FERACIDAD DEL AGUA
“La Voz de Cádiz” 
7 de diciembre de 2007

Largo tiempo llevábamos esperando, desde el 2000 en que apareció su tercer poemario, De fiebres y desiertos, un nuevo libro de Jorge de Arco (1969). Se ha hecho esperar siete largos años, pero finalmente ha llegado, y lo ha hecho de la mano de La Garúa, con el número 18 de esta cuidada colección y con el abrigo literario de un precioso prólogo del maestro Enrique Badosa, que nos prepara el espíritu para recibir como es debido el valioso caudal poético que nos llega a continuación. 

La constancia del agua  lleva ya en su título la vocación de fidelidad y de permanencia en la palabra poética de un autor que inauguró su bibliografía en 1996 con Las imágenes invertidas, al que enseguida siguieron Lenguaje de la culpa (1998) y el mencionado De fiebres y desiertos, y que tiene ya en su haber una decena de premios repartidos por toda la geografía nacional. Constanciaque, en esta nueva entrega, plena de inspiración y de emociones, se disfraza de agua y de río, de manantial creativo que discurre de principio a fin del libro con una sonoridad propia y especial. Dice Badosa en el prólogo que en La constancia del agua ni la brillantez de la forma oculta el decir del poeta ni su discurso desluce un ápice la luz del poema; y no le falta razón. Forma y fondo se unen en este poemario de la misma manera que en él conviven pasión y meditación, locura y melancolía, indefensión ante la furia de las aguas universales y deleite en los remansos de la más clara poesía, agonía ante el tiempo que no se detiene y perpetuo fulgor del impulso amoroso, que rompe una y otra vez la atmósfera cerrada y deliberadamente silenciosa del poema... 

 


“Pasan las jarcias / y las sombras, las húmedas / nieblas, las tardes malvas de septiembre, / el pez en su cedazo, / el frío que lastima..., / el agua, nunca”, dice el poeta. Y también acierta. El agua multiforme con que Jorge de Arco construye este libro le hace concebir la nueva aventura poética como una recreación personal del mito del eterno río de la vida. Río que nace del agua pura del manantial de la creación. Río inaugural y nutricio, generador de vida. Río que nos arrastra lejos de las seguras orillas de la inocencia. Río del deseo, que es al mismo tiempo sed y turbión que nos ahoga. Río del pecado y del remordimiento. Río también, en ocasiones, de agua clara que redime la sed de los días oscuros. Río de la memoria que es capaz de nadar contracorriente. Río del devenir, agua que sabe, con Hölderlin y con Heráclito, que “todo lo celestial es pasajero”. Río del misterio de la propia eternidad del agua... Río que riega la palabra del poeta y la hace feraz y luminosa.

 Dividido en tres partes, con un poema inicial y otro final, La constancia del agua forma en realidad un todo donde el poeta, por lo que se ve, ha conseguido cuajar ya un universo propio que nace, quizás, de ese singular cruce de culturas y de sensibilidades que le permite su ser andaluz, su vivir en una ciudad universal como Madrid y su sentir de cerca las palabras profundas de un universo germánico del que, consciente o inconscientemente, no termina de desprenderse, como un eco frío y distante que se adivina en el fondo de todos y cada uno de sus poemas. Fuego, al fin, que no quema, que no destruye, sino que da calor al agua y le confiere vida, como sucede siempre en la mejor poesía de Jorge de Arco. 

Un libro esperado y nuevo, propicio para beber en sorbos cortos. Un libro para saborear despacio y escuchar en silencio lo que dice y lo que no dice. Un “relámpago ciego” cuyo fulgor se hace sangre iluminada y fluye con deleite por nuestro interior. Lo cierto es que la espera ha merecido la pena.



De fiebres y desiertos

LA EXPERIENCIA DE LA PASIÓN

“Babelia. El País”, 26 de febrero de 2000

MANUEL RICO

 “Con este su tercer libro de poemas, Jorge de Arco obtuvo el premio de “Arte Joven” de la Comunidad de Madrid. Estamos ante un libro de amor en el que el sujeto lírico ahonda en las zonas más conflictivas y contradictorias de la pasión desde una doble conciencia: la del amante correspondido (en el que crece la “fiebre”) y al del amenazado por el desamor y la ausencia. Ese universo se atenúa en la última parte, donde la temática amorosa se trueca en reflexión existencial, en acercamiento a la realidad del hombre inerme frente al paso del tiempo. Poemas construidos con versos de estirpe clásica y con un sentido impecable del ritmo que nos revelan a un poeta exigente y singular”.